George Washington: el liderazgo de un rebelde.

J Oscar Rivas
4 min readFeb 22, 2024

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Washington sin lugar a dudas ocupa un lugar en la historia: dirigió a un Ejército en medio de la lucha por un ideal y encabezó el primer experimento democrático del mundo moderno. ¿Qué podemos aprender de su liderazgo?

Credits: Osama Shukir Muhammed Amin

Washigton fue un espíritu indomable que no se doblegaba ante la batalla, por más perdida que pareciera. A los 21 años, armado de un ejército pequeño caminó miles de kilómetros de nieve para reclamar a los franceses su salida de Ohio. Inició su defensa, y a pesar de ser derrotado, no dejó de luchar hasta casi exponer su vida antes de rendirse.

Este corazón apasionado por una causa le abrió los ojos ante lo que sería una carrera militar vertiginosa, a pesar de los desprecios que recibió de los generales de la corona por su situación de nacido en las colonias y por su escasa edad.

Imagino a Washington, a los 25 años, mirando los rojos robles de Nueva Inglaterra en un otoño frío, mientras recibía los insultos y las burlas de los militares de alto rango recordándole su derrota en Ohio. Imagino su frente impasible, como en un ejercicio de serenidad, impulsado por una conciencia honrada, genuina, orgullosa de su origen. Imagino su silencio como un desafío a la autoridad intransigente, esperando demostrarle su error con hechos. Esperando el momento, el instante donde todo, el tiempo y las circunstancias harían posible que su obra brillara como estrella. Imagino su lucha personal que le dividía entre rendirse y renunciar al mundo de las armas. Le imagino decirse a sí mismo que de hacerlo, ellos, los cínicos que portaban solo la grandeza de un apellido y no la del espíritu, habrían de ganar la batalla.

Al hablar de Washington debo hablar de un hombre que no ganó todas las batallas. Pero ganó las importantes. Y las ganó porque entre otras cosas, nunca se dio el lujo de rendirse o de mirar al mundo de forma cómoda, a través de la ceguera mental de la automisericordia.

Cuando los notables de Virginia le llaman para que sea su voz en el Congreso Continental, Washington ya sabía a conciencia que la Libertad y su defensa era su destino. Y entró en el Debate más noble que una sociedad puede hacer; el Debate sobre el futuro.

Ideas, polémicas, miedos, necesidad de esperanza. Si, esperanza. Sin ejército y sin recursos no había otra cosa que aferrarse a la esperanza. Los colonos habían llegado hace apenas menos de doscientos años a tierras desconocidas. Las conquistaron solos, frente a la incertidumbre y a la oscuridad de sus vidas.

Ahora, la rebelión proclamaba que el pantano del Potomac habría de ser la tierra prometida. Las manos de niños, jóvenes y ancianos sin experiencia militar y sin vocación para ella, ahora tomaban fusiles y caminaban frente al ejército más importante de la época.

Delante, un hombre común y valiente. Washington el estratega, el creyente, el que escribió un credo libertario. América no era la batalla de unos cuantos comerciantes que querían impuestos y parlamento; era la batalla del mundo por la libertad; la del individuo que abría los ojos y miraba la luz de la verdad de la razón.

Matemáticamente, el estratega derrumbó el mito del ejército imperial. El valor y la valentía de sus hombres, nos recuerdan a los 300 espartanos que casi derrotan al millón de soberbios persas. Ahora, Washington con habilidad de Julio César, cruzaba el Rubicón de la historia.

Ganada la batalla, la Victoria en las manos, Washington, Franklin, Jefferson y Hamilton firman el documento que haría de los sueños colectivos una realidad por la cual luchar. Ahora, la Libertad era la madre de la Ley y los destinos de los colonos pertenecían solo a ellos.

Pero Washington también fue un constructor. De una ciudad, de un país, de un destino, de un Estado. Negándose como Escipión (el comandante romano que al derrotar a Aníbal prefirió regresar a su hogar a aceptar el poder absoluto) a las tentaciones del poder, Washington asume el gobierno durante dos períodos en donde se fincan las democracias modernas, las leyes de occidente y en general, las garantías que el individuo puede asumir en contra de los totalitarismos. Sobre todo, la libertad de ser felices, de frenar los abusos de un Estado total. Su legado político trasciende hasta nuestros días y es esencia de nuestros pueblos.

El legado de Washington es atemporal: nos recuerda que en la lucha por el poder deben de existir contrapesos y eqilibrios; que la política es un servicio hacia la colectividad y no una guerra entre ambiciones; que el Estado es la suma de individuos y no la máquina de abusos y de simulaciones en que se ha convertido.

Que la suma de todos y la voluntad de todos es la única esperanza posible. Y que ésta palabra no es una retórica descompuesta para buscar el aplauso fácil, sino que la esperanza es el credo mental que reclama cuando nuestros países han perdido el rumbo y la visión de su destino.

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J Oscar Rivas
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Written by J Oscar Rivas

Economist, Master's Degree in Public Policies, and MBA with specialization in Global Finances.

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