La Economía que viene.

J Oscar Rivas
6 min readApr 2, 2020

MITOLOGÍA.

Escila era un monstruo. Caribdis era otro que, refugiado en una cueva, provocaba un remolino que atrapa a los barcos y los hundía hasta el fondo del mar. Estaban tan cerca, que huir de uno significaba acercarse a otro.

Odiseo, el héroe griego que fue capaz de desarrollar la estratagema del Caballo de Troya, tenía frente a sí un reto. Debía de cruzar en una perfecta línea recta entre el remolino y el monstruo.

De no ser capaz de hacerlo, perecería junto con su tripulación. A Odiseo le advirtieron que no debía pelear contra ninguno, pues eran inmortales.

Homero nos cuenta que Odiseo tuvo que tomar una decisión: o el remolino o el monstruo.

ECONOMÍA.

La Economía es la ciencia de las decisiones. Pero, sobre todo, es la ciencia de las restricciones. Si algo nos enseña Aristóteles es que la única manera de entender a la realidad es a través de entender los límites de la misma realidad. Es decir, las leyes que definen lo que sucede y lo que no sucede.

Aristóteles entiende pues, a la Economía como una Filosofía del sentido práctico similar a la Física. Si la Física está por las reglas que constituyen los límites del Universo, el caso de la Economía, son los límites dela sociedad misma.

Es así que recomienda que los Reyes lleven registros precisos de las cosechas, nacimientos y comercio, pues, nos dice, ni todos los años son iguales ni siempre hay bonanza en la tierra.

Es decir, la Economía administra, ahorra, define los límites de lo posible. Para lo imposible, dice Aristóteles, está el arte.

Más adelante, Schumpeter evaluaría estas ideas y entendería que la Economía es también la regla que regula los cambios y muchos de esos cambios destruyen un orden y crean otro. Ese proceso dialéctico (síntesis, tesis, antítesis) es profundamente económico, pues es absolutamente humano, (Freud entendería la naturaleza autodestructiva del ser humano como un componente innato a la psique).

MIEDO

A diferencia de las guerras previas que hemos vivido, las grandes pestes son un fenómeno fuera de la órbita de las decisiones humanas. Un virus surge de repente, muta de repente y es capaz de trascender fronteras.

Si en la Europa de la Gripa Española el mundo carecía de conocimiento para tratar enfermedades, hoy contamos con la Ciencia capaz de permitirnos prevenir al mayor nivel posible, millones de muertes.

Sin embargo, la decisión que hoy han tomado todos los gobiernos, ha significado un freno total en la actividad económica. La cadena de distribución de los recursos, la producción de bienes manufacturados y el comercio internacional, todos, se han detenido. El ser humano requiere esas conexiones para progresar y sin ellas, el efecto individual y colectivo destruye la economía.

Estamos pues entre Eschila y Caribdis. Disminuir totalmente la actividad económica nos acercaría al colapso. Dejar que las actividades económicas continúen igual implicaría que el virus se extendiera totalmente con enormes peligros para la salud de muchísimas personas.

¿EL MENOR DAÑO O EL MAYOR BENEFICIO POSIBLE?

Si la economía es la ciencia que analiza las restricciones, se convierte en la ciencia de los dilemas. O más bien, en la que trata de comprender los procesos sociales, culturales y cognitivos mediante los cuales las sociedades resuelven contradicciones aparentes.

San Agustín nos hablaba del bien común como objetivo de las decisiones individuales. La voluntad de Dios, explicaba, es la de ayudar a todos los hijos de su creación. Pero el mismo teólogo analiza el poder de su afirmación: Dios no recompensa caprichos humanos, defiende el equilibrio natural por encima de las aspiraciones individuales.

Ahora bien, ¿cómo se construyen los equilibrios? ¿Acaso disminuyendo los daños y efectos nocivos de una decisión, o, por el contrario, aumentando y distribuyendo los beneficios de la misma decisión?

PANDEMIA VS ECONOMÍA.

El problema no es menor. Requiere horas de discusión inteligente, la total disposición de todos los actores y, sobre todo, la reflexión profunda de las ideas y experiencias de otros.

Pero esto nos toma en medio de una radicalización de tribus, donde no hay puntos medios entre posturas distintas.

Difícil es deliberar sin las vísceras del odio y la polarización, pues cada discusión se convierte en una guerra de impresiones que llega a un sinfín de insultos. Pocos saben, por ejemplo, de estadística, fundamental para entender la multiplicación geométrica del virus. Pero circulan cadenas de WhatsApp que no tienen fuente fidedigna que acusan la conspiración de Estados Unidos contra China y viceversa. Impresiones creadas desde lugares oscuros para producir escenarios de odio y sobre todo, de miedo.

El sesgo de la simplificación, tan humano y tan trágico, nos hace encontrar la explicación más simple (y también la más ridícula), a problemas complejos.

FILOSOFÍA DE LAS DECISIONES.

En términos generales, todos crecimos creyendo que hay decisiones buenas o malas. Es decir, que entre dos o más alternativas, hay aquellas que generan o no un beneficio mayor o menor en función de otras.

No hay decisiones racionales. De hecho, como demuestran economistas como Charles Wheelan, un exceso de racionalidad y un anhelo por optimizar generalmente provoca errores de juicio y consecuencias indeseadas.

La irracionalidad de las decisiones, por el contrario, no procede de un análisis costo-beneficio. Sino, como lo explicara la filósofa Ruth Chang, de la creación de significados. Decidimos basados en principios que consideramos correctos y al hacerlo, inevitablemente, le damos un peso a esos conceptos, lo que curiosamente, crea otros significados.

Chang lo explica considerando el ejemplo de cómo elegimos lo que comemos. Por ejemplo, elegir entre comida chatarra significa en realidad darle prioridad al placer inmediato, a la satisfacción instantánea, mientras que elegir comida saludable implica darle peso al concepto de largo plazo, es decir, a la supervivencia y a la planeación sobre el futuro.

Para esta filósofa, la decisión no es sobre contar calorías o comer saludable. Es sobre el peso inconsciente que le damos a significados distintos. Por eso en realidad, el ser humano requiere crear conceptos subjetivos sólidos para tomar mejores decisiones.

Para la Política, hay dos maneras de entender las decisiones: la que defiende los principios morales y la que regula los procesos de cambio. Iría más allá, la Política también es el proceso de encontrar soluciones por encima de los conflictos y de la polarización. La Política no atenúa, sino que produce mecanismos de despresurización social que van gradualmente, acercándose a un equilibrio conceptual y a una solución intermedia entre posturas antagónicas.

¿QUÉ SACRIFICAR?

Odiseo tuvo que tomar una decisión; sacrificar algo para salvar todos. Homero nos habla de su dilema: se acercó demasiado a Eschila, lo que provocó que fuera absorbido por Caribdis. En el intento de salvar a su tripulación, Odiseo tuvo que sacrificar a seis de sus hombres. En medio de dos tormentas, hay costos y hay decisiones.

DISTRIBUCIÓN DEL SACRIFICIO.

El Paradigma clásico de la Economía Capitalista implica que la libre competencia premia a los más capaces y castiga a los que fueron incapaces. Esto sonaría bien, salvo que los costos siempre son demasiado fuertes para los sectores vulnerables.

La solución fue el Estado. Pero el Estado en su afán de redistribución, existen errores institucionales, marcos legales y mecanismos de operación que no siempre cumplen su propósito. El Estado, además, ha venido sufriendo un proceso complicado de precarización, imposibilitando a resolver todas las cuestiones económicas que una sociedad diversa, compleja, más ideologizada, exige.

La economía colaborativa reflejaría un nuevo paradigma de conducta económica, en donde el consumo y las transacciones se basarían tanto en el egoísmo como en la solidaridad. Esto es, en la medida en que el espacio en el que me muevo me representa y representa al grupo social al que pertenezco (familia, trabajo, amistades), los sacrificios sociales se distribuyen proporcionalmente para cada individuo, disminuyendo el impacto para los más vulnerables.

Esto sería colaboración entre tribus (sociales, políticas, raciales), pero también, en la necesidad que tienen éstas de convivir en un espacio y un tiempo determinado.

Es así como los procesos económicos dejan de ser injustos. Esta idea no es nueva. John Nash en su famoso dilema del prisionero ya habría analizado la necesidad de cooperar que tienen los individuos, ante escenarios complejos y donde ambos carecen de la información completa para tomar decisiones.

Regresar al planteamiento de Nash implica disminuir los costos sociales, maximizando la utilidad social de las decisiones individuales. El futuro va a obligar a entender estos procesos, pues el virus demostró que, desde el aislamiento, ningún país es capaz de enfrentar por sí mismo algo de dicha magnitud.

El futuro de la economía será comprender estos procesos de creación de significados en entornos sociales totalmente distintos. Y es en esencia, la tarea que toca a las economistas, filósofos, académicos de todo el mundo.

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Written by J Oscar Rivas

Economist, Master's Degree in Public Policies, and MBA with specialization in Global Finances.

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